EL PROGRAMA DOCENTIA Y LA CALIDAD DE LA ENSEÑANZA: una mirada desde el enfoque de las coreografías didácticas.

Miguel A. Zabalza Beraza. Universidad de Santiago de Compostela

Hace ahora dos semanas que regresamos de Gran Canaria tras dos días estupendos de convivencia y reflexión sobre el programa DOCENTIA, en la nueva versión actualizada que la Agencia ANECA propone a las universidades.
Permítanme recordar, para quienes puedan leer este post en contextos diferentes al español, que el programa DOCENTIA es el protocolo oficial de ANECA (la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación de la enseñanza universitaria) para evaluar, en este caso, la “actividad docente del profesorado universitario”.
La novedad que incluye esta actualización es la exigencia de que las universidades vinculen sus protocolos DOCENTIA a un Marco de Desarrollo Profesional Docente (es decir, que expliciten qué van a entender como buen profesor/a y cómo visualizan su proceso de desarrollo profesional desde la etapa de inicio hasta la etapa de experto). De eso hemos hablado intensamente durante el Seminario organizado por REDU en colaboración con la Universidad de las Palmas de Gran Canaria y la propia Agencia ANECA. La riqueza y variedad de los asistentes (responsables universitarios, agencias de calidad autonómicas, evaluadores y expertos en calidad) ha permitido aclarar dudas y contrastar diferentes formas de cumplir con los requisitos que el DOCENTIA renovado plantea a las universidades a la hora de planificar su propio protocolo institucional para la evaluación docente del profesorado. Obviamente, sin perder de vista otros enfoques y modelos útiles, la reunión, ya que estaba organizada por REDU, se ha centrado en explorar y clarificar el Marco de Desarrollo Académico Docente (MDAD) que nuestra Asociación propone.
Lo bueno de los Seminarios es que te provocan intelectualmente y hacen estallar pequeños ciclones de ideas, dudas, preguntas, contrastes e inquietudes que se inician en esos días, pero que se quedan ahí, dando vueltas en tu cabeza, molestando tus esquemas mentales previos y alterando la quietud sosegada de tus seguridades. Una vez de nuevo en casa, vuelves sobre lo que se ha dicho, imaginas respuestas a cuestiones que se plantearon, te haces preguntas que no hiciste y, si al final crees ver algo claro, matizas alguna de tus convicciones y reafirmas aquellas que consideras válidas. No sé si a otros/as les pasará, pero en mi caso, la calidad de un congreso tiene mucho más que ver con el post-congreso que con el congreso mismo. Son las vueltas y revueltas que doy a posteriori a las cosas dichas o hechas en los días intensos de las sesiones, las que marcan el nivel de satisfacción.
Y a eso voy. Discúlpenme este largo preámbulo para llegar aquí.
Porque lo que me ha pasado a mí tras estos días en Las Palmas es que no he parado de darle vueltas al DOCENTIA y a lo que sobre él fuimos debatiendo en las sesiones. Lo he hecho asomado a ese mirador de las coreografías didácticas (Zabalza, 2022), desde el que, con decodificadores provenientes del mundo del arte, se puede observar y analizar la vida universitaria.
Pera quienes no estén familiarizados con el enfoque de las coreografías didácticas, déjenme recordar que se trata de una lectura artística de la enseñanza a partir de una metáfora que proviene del mundo de la danza. Lo que tiene de original es que rescata y pone en primer plano el necesario equilibrio entre coreografía y artista. La calidad de las “performances” de los bailarines depende, en buena parte, del buen ajuste que exista entre coreografía y bailarines. Buenas coreografías son aquellas que potencian (y no limitan) la singularidad de cada bailarín; al contrario, le permiten sacar y expresar lo mejor de sí mismo. Si en lugar de coreografía pusiéramos en la frase las palabras enseñanza o metodología, el sentido sería igual de apropiado. Es decir, no se trata solo de que los bailarines se acomoden a la coreografía, sino que ésta sea lo suficientemente abierta y flexible como para dar cabida a que cada bailarín pueda poner en juego toda su creatividad y capacidad artística, su estilo, su singularidad. De eso va esta reflexión.


Está claro que el programa DOCENTIA de ANECA, al igual que el resto de dispositivos vinculados a la garantía de calidad de las instituciones universitarias, pertenecen a la coreografía sistémica que plantean las políticas de Educación Superior de los países y gobiernos implicados (sean nacionales o autonómicos) a través de los dispositivos administrativos encargados de concretarlas y acreditarlas (en este caso, las Agencias de calidad). En lo que se refiere al programa DOCENTIA, la Agencia ANECA es la coreógrafa y las universidades son las artistas bailarinas que han de buscar cómo desarrollar su función formativa con originalidad y coherencia. Y se espera, además, que lo hagan con toda su singularidad y estilo propio (su arte). No han sido las universidades las que han pedido esa música, les viene impuesta o sugerida por coreógrafos externos y, por tanto, su esfuerzo ha de estar dirigido a desarrollar su mejor baile en ese marco coreográfico que les viene dado.
Las universidades que habían acudido a Las Palmas expresaban esa inquietud por entender bien el modelo y estudiar cómo ajustar sus procedimientos a la coreografía que se les había marcado a través de ANECA, es decir, cómo ejecutar con dignidad y acierto su rol de artistas. Lo interesante del encuentro era que allí estaba también ANECA, la agencia que había actuado como coreógrafa a través del DOCENTIA renovado en mayo del 2021. El objetivo de quienes representaban a las universidades se centraba en conocer bien la arquitectura de la nueva melodía del DOCENTIA y sus matices para acomodarse fielmente a sus exigencias (obviamente, presionados por la necesidad de acreditarse como buenos bailarines de esa melodía). Y a eso dedicamos, en realidad, el Seminario.
Visto este proceso desde el enfoque de las coreografías hay varias reflexiones que me gustaría compartir en este blog (son esas ideas que, decía, han estado revoloteando en mi cabeza en este periodo post-congreso):
a) Nadie discutió el DOCENTIA como propuesta de armonización institucional, y ni siquiera como planteamiento de base sobre la calidad de la docencia. Aunque pueden hacerse muchas lecturas y desarrollos sobre lo que el DOCENTIA propone (unas más ricas y prometedoras que otras) semejaba haber un convencimiento general de su bondad y oportunidad con varias ideas compartidas: es bueno tener un DOCENTIA; la propuesta renovada del programa mejora las anteriores; su implantación nos mejorará. Por tanto, ninguna objeción de relevancia con respecto al DOCENTIA en sí mismo, salvo quizás su propia complejidad práctica por la importante ruptura que supone el tránsito de planteamientos cuantitativos anteriores a los cualitativos de la nueva norma.
b) Lo que los gestores del Docentia en las universidades (bailarines al ritmo de la coreografía marcada) expresaron, mayoritariamente, en sus intervenciones fue la sensación de que algunos aspectos de la mencionada coreografía chocaban con lo que se venía haciendo y no se veía claro cómo se podría ajustar el nuevo planteamiento con las características particulares de cada institución. Lo que les preocupaba era cómo hacer bien su propio DOCENTIA institucional. En general, daba la sensación (o me la dio a mí) de que lo que estaba sobre la mesa era cómo acomodar los procedimientos ya existentes en cada universidad a la nueva coreografía establecida, más que cómo adaptar la coreografía propuesta por ANECA, respetando su esencia, a las características, aprendizajes previos y estilo particular de cada institución. El dilema se planteaba entre adaptar nuestro estilo institucional de hacer las cosas (nuestro baile) a la coreografía que nos viene dada, frente a adaptar dicha coreografía, reinterpretarla, a la luz de nuestro propio estilo institucional. Obviamente, in medio virtus, bienvenida sea la coreografía que nos es dada siempre que nos permita y ayude a reforzar nuestra identidad institucional, que nos empodere como institución.
Sinceramente, ojalá sea eso lo que suceda. Sería un serio error, utilizar el programa DOCENTIA de Aneca (y, como consecuencia, el marco de referencia que cada universidad adopte) como una partitura de seguimiento literal y obligado para organizar nuestros protocolos Docentia institucionales. El mérito no está en ser los más obedientes del grupo, sino los que mejor han sabido combinar el mandato oficial (la coreografía dada) con las características y originalidad de cada bailarín: que cada institución haya sabido desarrollar su propio estilo creativo, su proyecto institucional.
Y esta consideración personal tiene sentido, al menos para mí, tanto para el programa DOCENTIA como normativa oficial, como para cualquiera sea el marco de desarrollo profesional docente que se haya adoptado. Tomarlos a ambos como una receta a aplicar o como una partitura a seguir de forma literal sería inadecuado, al menos desde la perspectiva de las coreografías que buscan la originalidad y potencia creativa y artística de los diversos agentes de la enseñanza. Quizás desde una visión más reglamentaria y administrativa pudiera ser aceptable y cómoda la homogeneidad, pero dudo que eso nos vaya a acercar mucho a una docencia de mayor calidad.
c) Lo curioso de nuestro Seminario en Las Palmas es que estuvo centrado en dos momentos del desarrollo del mismo programa, el DOCENTIA: cómo hacer el tránsito del programa DOCENTIA de ANECA al protocolo DOCENTIA de cada universidad. Es decir, debatíamos en torno a esa fase en la que las instituciones operan como bailarines en el marco de una coreografía que les viene dada (el programa DOCENTIA de Aneca), para generar, como coreógrafas, la coreografía en la que se han de mover sus profesores (el programa DOCENTIA institucional). Estamos hablando, por tanto, de un juego de roles en el que actuamos consecutivamente primero como agentes sometidos (es un decir, disculpen la hipérbole) a un mandato externo, para pasar, sin solución de continuidad, a ser generadores de un protocolo al que habrá de someterse el profesorado de nuestra universidad. Y es ahí, donde toda la reflexión del punto anterior viene a cuento. Es el doble rol (de bailarines y coreógrafos) que tanto instituciones como docentes estamos llamados a desempeñar.
Y visto desde esa perspectiva, reconozcamos que sería bastante inapropiado que las instituciones universitarias reclamaran que la coreografía que se les marque desde las Agencias sea abierta y flexible para que cada una pueda ajustar el mandato a sus propia identidad y características, pero, a su vez, que ellas mismas generaran un DOCENTIA institucional minucioso y encorsetado que no respetara la capacidad creativa y la originalidad de cada profesor/a. Ya nos ha pasado esto en otras ocasiones, convertir las propuestas de mejora cualitativa de la docencia en un protocolo de ítems concretos, un check list puntilloso y uniforme que ahoga la originalidad de los artistas bailarines y opera como una especie de horca caudina por la que todos deben pasar si quieren ser evaluados positivamente.
La experiencia de todos nosotros puede avalar que se puede ser profesor o profesora excelente de muy diversas maneras. Y que la excelencia tiene mucho que ver con el hecho de que sientas lo que estás haciendo como algo que te permite expresar lo que tú y/o tu grupo tenéis de original y propio. De ahí que sea tan importante el equilibrio entre la coreografía para sentar las líneas comunes del trabajo docente, y la creatividad personal o grupal para poder dar lo mejor de uno mismo y enriquecer nuestro trabajo enriqueciéndonos nosotros mismos.
Consideración, permítanme añadirla en este mismo momento, que también deberemos hacernos nosotros como docentes: somos bailarines construimos nuestras planificaciones en consonancia con la coreografía institucional y pasamos a ser coreógrafos cuando diseñemos la coreografía para nuestros estudiantes. También ellos precisan que nuestra propuesta coreográfica les permita poder expresar lo que cada uno/a de ellos tiene de singular, de artista, de propio.

Bien, ya acabo. Este ha sido mi fer-ne cinc cèntims, mi pequeña reflexión tras los interesantes días de debate en Las Palmas.
Aunque signifique llevarle la contraria a Tolstoy en aquello de que “todas las familias felices se parecen, las infelices lo son cada una a su manera”, en este caso, yo lo diría al revés: “las buenas universidades son aquellas que se han empoderado hasta lograr ser diferentes, originales y creativas; las mediocres suelen parecerse mucho entre sí”. Y otro tanto podría decirse del profesorado. Ese es el punto de partida del enfoque de las coreografías: un buen bailarín con una mala coreografía acabará haciendo performances mediocres; un bailarín, incluso si no es un gran artista, logrará espectáculos estupendos si logra contar con una buena coreografía. Y “buena coreografía” significa en este caso una coreografía que no encorsete la capacidad artística y singularidad del bailarín. Tanto da, si esos bailarines son, en función del nivel del que estemos hablando, las instituciones, el profesorado o los propios estudiantes. Necesitamos coreografías (en nuestro caso, DOCENTIA’s) que propicien y refuercen la originalidad, la genialidad, lo que les hace únicos y valiosos a aquellos a los que van dirigidos.

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