La encrucijada de las mujeres en la universidad

Por Marita Sánchez-Moreno, Catedrática de la Universidad de Sevilla

Presencia de la mujer en la universidad española

El número de mujeres estudiantes representa actualmente más de la mitad de la matrícula en los estudios de grado. Sin embargo, la presencia femenina no se distribuye por igual en todas las titulaciones, pues en las áreas STEM las mujeres continúan infrarrepresentadas (25%) con una línea tendente a la baja en ingenierías y tecnología. Su presencia como docentes también ha aumentado considerablemente, sin embargo, el porcentaje de mujeres que desarrolla su carrera profesional en la universidad española va disminuyendo conforme se progresa en la misma. Hasta los estudios de doctorado existe bastante paridad entre hombres y mujeres, pero a partir de ese momento se produce el denominado ‘efecto tijera’: la gráfica del desarrollo profesional muestra la progresión ascendente de los hombres frente al estancamiento de las mujeres. Y si nos fijamos en el escalón más alto de la carrera profesional, los últimos datos disponibles de la serie Científicas en Cifras 2021 del Ministerio de Ciencia e Innovación muestran que las solicitudes presentadas por mujeres para la acreditación como catedráticas de universidad fue del 32% frente al 68% de las presentadas por hombres.

¿Por qué hay menos mujeres académicas en el escalón más alto? 

El ‘efecto tijera’ no solo habla de las académicas que se van quedando en el camino; también tiene que ver con el ritmo más lento de las que continúan. Los factores que influyen en esta situación son complejos y requerirían un análisis profundo, pero una de las causas que ayuda a explicarla tiene que ver con el período de reproducción y crianza de los hijos, y otra con la especial atención que ponen las mujeres en las culturas del cuidado para atender a quienes requieren una atención especial, ya sean niños, mayores o personas vulnerables. Por tanto, las políticas de conciliación familiar parecen no ser suficientes para apoyar que las mujeres continúen la carrera académica, compatibilizándola con la vida familiar, tarea que no siempre resulta fácil.

La altísima competitividad que rige actualmente en el mundo académico deriva en una fuerte presión para confeccionar un curriculum vitae potente, lo que significa añadir a las horas de docencia muchas otras de investigación, de elaboración de artículos, de realización de estancias en otros centros de investigación, etc. Son años en los que las mujeres han de realizar a menudo este esfuerzo compatibilizándolo con los cuidados a los que nos referíamos antes. Y ya sabemos que, desgraciadamente, la sociedad patriarcal no reparte aún los roles relacionados con los cuidados por igual entre mujeres y hombres. Esto implica inevitablemente que para ellas el ritmo de progresión sea más lento y la promoción y consolidación de las plazas se alargue en el tiempo.

Así, no es extraño que encontremos una brecha de género en las solicitudes de sexenios y en las tasas de éxito, ambas inferiores en las mujeres. Por ejemplo, solo el 35% de las solicitudes al sexenio de transferencia fueron de mujeres. En cuanto a las tasas de éxito –en general significativamente inferiores en las mujeres- en alguna de las áreas de conocimiento se llegaron a alcanzar 22 puntos porcentuales de diferencia con los varones. Algo parecido ocurre con la concesión de proyectos de I+D en cuyas convocatorias las mujeres solicitantes como investigadoras principales (IP) tienen también menores tasas de éxito que sus homólogos y, además, reciben menor financiación que ellos, como indica de nuevo el informe Científicas en Cifras 2021.

Mujeres en puestos de responsabilidad

También encontramos desequilibrio en cuanto a la presencia femenina en puestos de responsabilidad y en órganos de toma de decisiones. Contamos con un 23% de rectoras frente a un 77% de rectores en la universidad española. Sin embargo, aunque parezca desproporcionado, este dato no es significativo si tenemos en cuenta que para optar al puesto de máxima responsabilidad en la universidad se requiere ser catedrático/a y las mujeres catedráticas en nuestra universidad están representadas en un 24%, mientras los hombres lo están en un 76%. Parece evidente que donde hay que incidir es en la promoción de mujeres a cátedra y sólo entonces podrán ser elegidas más mujeres rectoras.

Cuando profundizamos en esta línea, encontramos que las mujeres ocupan minoritariamente puestos de elección y mayoritariamente de designación (vicerrectoras, vicedecanas, secretarias de departamentos, etc). Se trata de puestos denominados blandos, cuya finalidad es colaborar en el proyecto propuesto por el cargo elegido democráticamente. El hecho de que los puestos electivos estén mayoritariamente reservados a los varones tiene que ver con la bien arraigada idea de que las organizaciones les pertenecen a ellos –el hogar a ellas- y por lo tanto, son los llamados a dirigirlas. Ellos tienen el tiempo que se requiere para la compleja micropolítica que les llevará hasta el poder, mientras que las mujeres carecen de él y, por lo general, también de la motivación suficiente para emplear tantos esfuerzos en un entorno que no sienten que les pertenece. Además, tampoco suelen verse motivadas  por el reconocimiento social o el prestigio profesional que proporciona ostentar un cargo institucional. Significativamente, la investigación ha mostrado que, con frecuencia, los roles asumidos por las mujeres en esos puestos de colaboradoras del máximo responsable tienen que ver con la coordinación docente, la formación, mantener la cohesión del grupo, mediar en los conflictos, el cuidado de los estudiantes, etc, aspectos mucho más cercanos al mundo que tradicionalmente han sentido como propio.

Ahora bien, cuando acceden a un cargo electivo, lo hacen convencidas y con un proyecto que les respalda y, en muchas ocasiones, cuando la organización está atravesando una situación convulsa, crítica. Aunque no hay evidencias de que exista un estilo de liderazgo específico de las mujeres que le diferencie del estilo ejercido por los hombres, la investigación constata que las mujeres son consideradas en general más habilidosas en el manejo de las relaciones sociales, precisamente algo muy necesario cuando se trata de ponerse al frente de las organizaciones cuando estas afrontan circunstancias difíciles. Y sin embargo, se da la paradoja de que se las reclame cada vez más en puestos directivos y, al mismo tiempo, sigan teniendo que esforzarse más que los hombres para que se les reconozca su valía y legitimidad para su desempeño. Si las organizaciones universitarias están necesitando de manera creciente a las mujeres en la toma de decisiones y en la gestión, debería ser también la hora de devolverles la visibilidad que merecen por esta importantísima labor.

Queda camino…

Sabemos que muchos de los elementos del ‘techo de cristal’ son autoimpuestos, o mejor, impuestos cultural, histórica y simbólicamente. Se trata de contrarrestar ese legado desde los ámbitos familiar, escolar y social, mediante una educación en valores de igualdad que permitan abrir el abanico de elecciones de las niñas y las jóvenes.  Ofrezcamos referentes que inviten a las niñas a ser lo que quieran ser desde la infancia. En este sentido, iniciativas de algunas universidades como los “Desayunos con científicas” dirigidos a estudiantes de primaria y secundaria son dignas de consideración.

En segundo lugar, se necesita avanzar para hacer realidad muchas de las políticas de apoyo a la igualdad que sabemos eficaces, como las dirigidas a la conciliación familiar, a favorecer las vocaciones científicas y tecnológicas, a impulsar la visibilidad de las contribuciones de científicas de las mujeres, a potenciar la presencia equilibrada en comités, comisiones y tribunales, etc. Siendo buenas las disposiciones decretadas sobre el papel, muchas de ellas no están funcionando lo suficientemente bien como para que se observen cambios significativos.

Finalmente, es necesario incentivar a las mujeres para que su presencia en los puestos y órganos de responsabilidad sea mayor pero, a la par, es necesario eliminar las barreras de todo tipo que lo impiden. Se trata de hacer menos arduo el camino para las mujeres porque, como vimos al principio, empezamos siendo `muchas´ -aunque no en todas las carreras- y terminamos siendo `pocas’ y llegando tarde a ciertos lugares y ‘de tapadillo’ a otros. Es el momento de que tanto la sociedad como la política y toda la comunidad educativa universitaria trabajen conjuntamente con determinación y diligencia para conseguir que las mujeres en la universidad seamos más visibles y reconocidas. Se lo debemos a las mujeres, pero también, y sobre todo, se lo debemos a la sociedad que nos necesita a todos… y a todas.

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