Cuando me fui a vivir por mi cuenta y salí de casa de mis padres, tenía veintitantos. Era joven e inexperta, aunque con ganas de comerme el mundo. Y entonces se me presentó una situación realmente inesperada, que nunca había reparado en ella: tenía que comprarme calcetines. Sí, ya ven, algo totalmente usual, un mero trámite para muchos, pero que siempre lo había hecho mi madre por mí. Nunca me había enfrentado a ello y me pareció que era importante porque todos los días, menos en verano, usaba calcetines. Entonces lo resolví de la manera que pensé más adecuada, consultando a mis referentes, es decir, preguntándole a mi madre dónde los compraba ella. Y obedecí, los compré en el mismo sitio, aunque con alguna variante teniendo en cuenta mi estilo. A pesar de haber cubierto de momento la necesidad, aquello de la elección de los calcetines era algo que me seguía preocupando, así que decidí informarme al respecto. Miraba los folletos de propaganda, visitaba tiendas especializadas, preguntaba a amigos, me fijaba en los calcetines que llevaban otros. Con todo esto, me convertí en la loca de los calcetines, probaba estampados, de colores, de algodón, más altos o bajos. Cuando descubría alguna novedad, la incorporaba. Y así estuve años, dando tumbos entre diferentes modelos y proveedores, creyendo que era una verdadera experta en calcetines solo porque no había modelo que no conociese.

Pero un día tuve un problema en uno de los pies, y fui al podólogo. Para el diagnóstico me hizo muchas preguntas, la mayoría orientadas a las necesidades de mis pies. Quería saber si andaban mucho o pasaban muchas horas parados, si transpiraban bien, en qué calzado los metía, con qué producto los hidrataba… Entonces me di cuenta: el verdadero experto ponía el foco en los pies, y no en los calcetines. Para comprarlos, preguntar a mis pies resultaba más efectivo, investigar sobre sus características era lo mejor para orientar mi elección. Y ese es el camino que decidí seguir desde entonces. No sé si hoy mis calcetines son los mejores para mis pies, pero sí que son mejores que cuando empecé a comprarlos. Mis pies están agradecidos, pero sé que aún hay margen de mejora, por eso sigo investigando.
Este es un relato que escribí en 2021 cuando Amparo Fernández, directora del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universitat Politècnica de València (ICE-UPV), me invitó a participar en un curso de formación de profesorado para explicar qué eran para mí los niveles del Marco del Desarrollo Académico Docente (MDAD). Había leído el libro Cartografía de la buena docencia universitaria*, en el que sus autores tan magníficamente describen esos niveles, y se me ocurrió que la analogía de la compra de calcetines podía ser un buen camino para contar mi punto de vista. Así ha sido (y es) para mí la experiencia en el desarrollo académico docente, sin darme cuenta he ido recorriendo alguno de los niveles del MDAD como si fuera la compra de calcetines. Desde que comencé, muy joven, y tratando de replicar en mi docencia los modelos que para mí eran referentes, aunque adaptados a mi estilo. Después yendo a congresos, haciendo cursos de formación, o dejándome deslumbrar por innovaciones con resultados prometedores, me convertí en la loca de las innovaciones y las nuevas metodologías, solapando unas con otras, pero sin mucha reflexión antes y después. Todo ello hasta que participé en el INED, programa de Iniciación a la Investigación en Docencia que ofrece el (ICE-UPV) y después en el Campus MDAD de REDU. Ahí, me di cuenta de que los protagonistas del proceso de enseñanza-aprendizaje son los estudiantes y que para mejorar la calidad de mi docencia, tenía que hacerme preguntas sobre ellos y ellas. Supe lo que era el enfoque SoTL (The Scholarship of Teaching of Learning) y cómo, a través de la investigación de la docencia, acercarme a dar respuestas a los problemas de aprendizaje. El vuelco de mis creencias fue tan considerable y significativo que siempre estaré agradecida a Amparo por haberme abierto los ojos. Así, con respecto a la docencia, mi conclusión es la misma que con los calcetines:
No sé si hoy el planteamiento de mi docencia es el mejor para mis estudiantes, pero sí que es mejor que cuando empecé a dar clases. Mis estudiantes están agradecidos, pero sé que aún hay margen de mejora, por eso sigo investigando.
*Paricio, J., Fernández, A., & Fernández, I. (2019). Cartografía de la buena docencia universitaria: Un marco para el desarrollo del profesorado basado en la investigación (Vol. 52). Narcea Ediciones.