Reflexionando sobre la universidad

Repasar la prensa al desayuno es una buena forma de amanecer. A la vez que movilizas tu organismo, vas reseteando el cerebro con temas que tenías almacenados y a desmano, aunque siempre presentes, en tu biblioteca mental. La universidad (ese eterno ritornelo de ¿qué universidad es la que necesitamos ahora?) es uno de esos temas.
La periodista María de la Peña entrevista en el suplemento XL Semanal, a Angel Cabrera, ingeniero madrileño formado en la UPM y actual Presidente del prestigioso Instituto de Tecnología de Georgia, universidad pública del estado de Atlanta (EEUU). Resultan interesantes sus reflexiones porque provienen de un ingeniero (aunque un poco raro pues tras hacerlo en Telecomunicaciones, se doctoró en Psicología) con una amplia experiencia no solo en la docencia sino en la gestión académica. Merece la pena leer la entrevista.

Quisiera comentar tres ideas me han parecido muy interesantes en sus palabras:

(1) Que la Educación Superior, al margen de cuál sea la titulación que se curse, abre puertas, nunca las cierra.
No hay que preocuparse tanto por qué carrera se escoge sino por cómo aprovechar el beneficio cultural y personal que una carrera universitaria te va a aportar (o debería hacerlo, si la universidad a la que accedes funciona como debería hacerlo una institución de Educación Superior). Frente a quienes siguen defendiendo (cada vez son menos, afortunadamente) la condición de “elitismo” en relación a los estudios universitarios (esa idea de que solamente debieran acceder a la universidad aquellas personas con capacidades superiores), Cabrera cree que cuanta más gente posea estudios universitarios más se incrementará el nivel de desarrollo de un país y la calidad democrática de su estilo de vida. Claro que eso lo dice el Presidente de una institución pública cuyas matrículas cuestan diez mil dólares (algo menos si es on line). No resulta fácil resolver esa notable divergencia entre la conveniencia de estudiar y la dificultad de poder hacerlo. Pero la idea es muy interesante y ayuda a entender las políticas expansivas en cuanto a la admisión de alumnado que están llevando a cabo los países iberoamericanos: no poder excesivas barreras (ni académicas ni económicas) para el acceso a las universidades de forma que puedan incorporarse a los estudios superiores el mayor número de estudiantes.

(2) Que en el mundo hiper-tecnológico en que nos movemos, un problema básico de la formación es el que se refiere a la atención.
Demasiados estímulos en el espacio cibernético hacen difícil concentrarse en la tarea y aplicar estrategias de parsimonia a la hora de seleccionar y procesar la información disponible. La tecnología distrae, te abre demasiadas puertas, te enlaza a estímulos a cuya seducción resulta difícil sustraerse. En este contexto, “la competición por la atención es tremenda”, dice Cabrera. Y reconoce que, con esto de la pandemia, “hemos descubierto que la educación presencial es importante para mantener la atención”. Es una observación interesante y que forma parte de la experiencia habitual de quienes hemos ejercido la docencia. Y se trata de una cuestión relevante desde el punto didáctico, sobre todo si consideramos que la atención es un componente básico del engagement y, por tanto, del rendimiento escolar.

(3) Todo el relato de Cabrera está sazonado de una interesante afirmación de los valores meta-académicos de la formación universitaria. Es importante aprender (enseñar) ecuaciones diferenciales, pero lo fundamental de la enseñanza universitaria es “abrir la mente”. “Enseñar a alguien a pensar es mucha más importante, repite en otro momento, que la especialidad”. Y el hecho de que él se refiera a la formación de los ingenieros, añade valor a su postura. Somos muchos los que coincidimos en esa apreciación, aunque hay que reconocer que no son menos lo que ven esa postura como algo indefinido y excesivamente “pedagógico” porque, dicen, es el dominio de los contenidos propios de cada especialidad lo que te abre la mente y te enseña a pensar como lo hace un especialista. Y, en realidad, ahí es donde aparece uno de los dilemas básicos del quehacer docente, cómo combinar ambas cosas.

Hay otros aspectos de la entrevista que, también resultan jugosos. La defensa que Cabrera hace de las que han venido a denominarse “competencias blandas”. Los empleadores de nuestros estudiantes nos dicen, remarca Cabrera, que “necesitan gente que sepa pensar y resolver problemas, trabajar en equipo, liderar y comunicar. No son en absoluto habilidades soft, son habilidades que hay que entrenar”. También señala que en su coreografía formativa institucional otorgan mucho valor a esas experiencias extraacadémicas que ayuden a los futuros ingenieros a ampliar su visión del mundo: integrarse en una ONG, desarrollar actividades vinculadas a la conservación del medio ambiente o problemas de pobreza, etc.
En definitiva, una universidad que es capaz de construir un proyecto formativo que va más allá del elenco de disciplinas que sus estudiantes deben estudiar y superar. Estoy seguro de que muchos de nosotros estamos de acuerdo con ese planteamiento. Se trata de una reflexión bien oportuna, ahora que, al socaire del Real Decreto 822/2021, vamos a tener que rediseñar nuestros planes de estudios. Lo curioso es que, a la vista de la experiencia que ya tenemos de procesos anteriores, resulta poco probable que se hable de estas cosas cuando nos pongamos a la tarea de diseñarlos.
Santiago de Compostela 15/06/2022
Miguel A. Zabalza

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