Sobre la lectura de ¡Escucha, Rector!, de Lluís Pastor

Max Turull Rubinat

A veces nos sentimos un poco cansados de leer ensayos o nuevos discursos sobre los fines de la universidad o sobre el nuevo rol que deben jugar estas en la nueva sociedad líquida o vaporosa en que vivimos. A menudo se trata de un muro de las lamentaciones. Y ahí es donde recientemente ha aparecido ¡Escucha, rector! Las universidades singulares crean nuevos modelos de aprendizaje, de Lluís Pastor (Barcelona: Octaedro e IDP/ICE de la UB, 2023). Diría que esta obra se orienta en el sentido contrario de los manifiestos de Nuccio Ordine (La utilidad de lo inútil. Barcelona: Acantilado, 2013) o de Maggie Berg  Barbara K. Seeber (The Slow Professor. Granada: Editorial Universidad de Granada, 2022).

Como verá enseguida el lector, esta obre suscita, en uno mismo (por lo menos en el autor de este comentario), sentimiento encontrados. Por una parte nos mostraremos críticos y en desacuerdo con ciertos postulados, pero por otra aplaudimos y agradecemos no solo la sana sacudida que nos impone sino la frescura de propuestas o ejemplos que claman por modelos más ágiles, flexibles y elásticos que los actuales.

El autor conoce el medio universitario por dentro: ha ocupado distintas responsabilidades en la UOC (Universitat Oberta de Catalunya), ha impartido docencia presencial y ahora es directivo de un par de consultorías (RedNostromo y MagmaSomos) que abordan de una manera diferente y disruptiva los nuevos retos educativos.

Lluís Pastor parte de una premisa: la universidad debe evolucionar de forma decidida en paralelo a la sociedad, y si no lo hace desaparecerá superada por otras corporaciones que ofrecerán la formación que la sociedad demanda y en los nuevos formatos que los nuevos perfiles de estudiantes exigen. La Universidad debe cambiar porque la sociedad cambia. La sociedad del s. XXI es una sociedad del conocimiento, de la prisa y del entretenimiento. O, dicho con un acrónimo ya habitual, la sociedad VUCA: volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad.

Esta es la premisa: o nos adaptamos o desaparecemos. Pero esa premisa, y ahí está el elemento provocativo de la obra, es llevada al extremo. Parece que el autor propugna que la universidad debe seguir en todo a lo que la sociedad demanda y debe satisfacer todas sus apetencias. Y aquí cuando hablamos de sociedad más bien parece que hablemos de lo que en otra época habríamos denominado como formación social. No hay duda que el sistema económico lo impregna todo: la estructura social, la estructura cultura y el sistema de valores. Y en la lógica de la obra, la universidad no debe resistirse a ese vendaval (neoliberal), so pena de perder su papel central y su hegemonía certificadora. Plegarse, decimos nosotros, acríticamente a lo que la sociedad demanda es reforzar la espiral de las fuerzas, sobre todo económicas y financieras, que están haciendo que la sociedad sea como es. Pero la sociedad también la conforman aquellas otras líneas de pensamiento crítico de tinte más humanista y sostenible, por ejemplo. Por tanto, si debemos avanzar junto y en paralelo a la sociedad, ¿a qué dimensión de la sociedad nos referimos? En la obra se da por supuesto que a la visión hegemónica.

A pesar de esta premisa, el planteamiento de Pastor es sugerente tanto por la crítica como por algunas de sus propuestas. El libro sin duda supone una sacudida al modelo universitario actual, por lo menos al modelo llamado continental.

Muchas de las propuestas son de corte académico y no puramente docente, lo que es una novedad que suscita un plus de interés; otras medidas son organizativas, y al final identifica siete “familias de universidades singulares”. Porqué la universidad, dice Pastor, además de modernizarse –en todas sus dimensiones– debe singularizarse, debe ser especial en algo y que eso la distinga del resto. La singularización de una universidad, e incluso una sustantiva  adaptación a los nuevos tiempos, solo puede transcurrir por un proyecto estratégico institucional, que es la principal herramienta para aunar y alinear voluntades dispersas.

¡Escucha, Rector! se lee de un sorbo. La obra está bien escrita –el autor es profesor de Comunicación–, suscita interés, es fresca y de lectura ligera, y sobre todo resulta sugerente y estimulante intelectualmente, especialmente para aquellos de nosotros que desde diferentes responsabilidades hacemos funcionar el sistema.

He ahí algunas ideas que marcan la dirección de su propuesta. El poder lo tiene el estudiante, que es el usuario y se acerca a ser el cliente. Pero ya no es la enseñanza (el docente) que está al servicio del aprendizaje (el estudiante), sino que todo el sistema educativo se vuelca al servicio del cliente. Este alumno/cliente marcará la pauta de comportamiento corporativo en un contexto en que la tecnología lo ha cambiado absolutamente todo, ha alterado las coordenadas de tiempo y espacio que marcaban el ritmo y el área de influencia de una universidad.

Por una parte tenemos el modelo de aprendizaje de una universidad. No es la parte del libro más novedosa. Ya casi todos hemos asumido que el estudiante y el aprendizaje, están en el centro de atención. De este cambio de centro de gravedad se derivan numerosas consecuencias en cuanto a objetivos, metodologías, evaluación, etc. En los nuevos programas a qué alude Pastor, y que ejemplifica con casos conocidos, se incluyen asignaturas que se fraccionan en cápsulas, asignaturas que el estudiante puede elegir de entre la oferta de su facultad o incluso de otras facultades o universidades, que el estudiante elige libremente y que luego pueden compilarse, acreditarse o incorporarse en el título matriz. De hecho ya tenemos entre nosotros algunos títulos de Máster compuestos exclusivamente de asignaturas procedentes de un amplio abanico de materias optativas de facultades y universidades diferentes. También refiere casos en que los estudiantes superan bloques de aprendizaje en vez de asignaturas. Nuestra tarifa plana provoca que muchos estudiantes deban recurrir a los servicios de formaciones paralelas externas a la universidad; pensemos, si no, por ejemplo, en las famosas academias que se han vuelto casi imprescindibles en algunas titulaciones. La clave está en dotar de mayor elasticidad a nuestros servicios de formación y de seguimiento o tutoría.

Por otra parte, la necesidad de formación permanente y de programas cortos y de especialización está cambiando el perfil del alumnado. Estas nuevas exigencias de formación –continua y muy especializada– descartan programas largos y piden formaciones mucho más cortas e intensivas. El traje de un grado o de ciertos Másteres resulta excesivo para estas expectativas. Hay más motivos, según el autor, para ser más flexibles y elásticos: y es que es más caro invertir en captar y formar nuevos alumnos que evitar que abandonen los que ingresan, y para evitarlo debamos adoptar soluciones académicas y también docentes más flexibles e imaginativas.

En otro apartado la obra se refiere a lo que el estudiante paga por su formación. En nuestro sistema público hay poco margen de maniobra, pero el autor refiere experiencias, americanas, por supuesto, en que se da un vuelco al cuanto, al cómo, al para qué, al durante cuando, y al a cambio de qué se paga en la universidad.

En la parte final de ¡Escucha, Rector!, el autor y su grupo de investigación identificaron siete familias de universidades singulares o innovadoras. “Se trata de universidades que han operado su reingeniería sobre uno de los elementos clave que distinguen a esta institución: el alcance geográfico, el enfoque de aprendizaje, los procesos de aprendizaje, el tipo de público al que se dirigen, el tipo de consumo formativo que fomentan y la temática de su oferta docente”. Los siete grupos son: a) universidades de orientación global que han ampliado su ámbito geográfico de actuación; b) universidades de experiencia que han superado los aprendizajes teóricos; c) universidades de eficiencia en tiempo y coste, donde los estudiantes pueden obtener la titulación más rápidamente y a un menor coste económico; d) universidades de aprendizaje en equipo, donde el aprendizaje se centra más en los equipos que en los individuos; e) universidades orientadas a la inmediatez, en que el diseño y la implantación de títulos es ultra ligera; f) universidades de exploración del saber, que solo ofrecen programas de conocimiento de frontera, que descartan las titulaciones clásicas y apuestan por los ámbitos punteros; g) y finalmente habría las universidades de élite, aquellas que durante los últimos siglos todos han querido imitar. Más allá de lo anecdótico, este capítulo resulta especialmente sugerente porque el autor describe un par o tres de casos concretos y en cada uno de ellos identificamos algunas experiencias que dan qué pensar.

Según Pastor, “el sector formativo madurará mucho en poco tiempo, porque la formación, la necesidad de una formación puesta al día, es un vector clave de evolución del siglo XXI”. Y buena la metáfora final: el cambio que le espera a la universidad recuerda al que vivió el mundo de teatro cuando apareció el cine. “Para el mundo del teatro todo había sido igual durante siglos… hasta que llegó el cine. Y entonces todo cambió. Los profesionales eran los mismos, el propósito era idéntico –entretener, emocionar, hacer pensar- pero los procesos de trabajo y el resultado ya no tenían nada que ver”.

Pocas dudas hay de que debemos adaptarnos a como es la sociedad hoy –una sociedad plural, compleja pero cuyo espíritu debería seguir siendo el de un anhelo de justicia, de igualdad, de libertad, de sostenibilidad, etc-, tampoco hay grandes dudas de que no podemos ignorar como son nuestros estudiantes hoy y cuales sus necesidades. Pero la universidad había sido, y debe seguir siéndolo, un producto de la sociedad y a la vez un motor de transformación crítica de esta misma sociedad. Muchos siglos de uniformización y rigidez nos han encorsetado, y a pesar de que la legislación vigente en el Estado español se basa en la autonomía universitaria, todavía nos cuesta ser flexibles y elásticos e imaginativos y originales. Creo que esta es la parte positiva de ¡Escucha, Rector!, un amistoso empujón a ser más como creemos de debemos ser.

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